Joaquín leía
por tercera vez la solicitud buscando un nuevo detalle que se le hubiese
escapado. Era clara y sencilla y por más que la leía no encontraba nada nuevo
“Solicito el permiso para desplazar un metro una gran piedra de pizarra situada
en las siguientes coordenadas. No se utilizarán medios mecánicos debido a la
dificultad de acceder a la zona y evitar en gran medida el perjuicio a la
pareja de águilas culebreras que habita en la zona”. Lo único que quedaba claro
es que al hacer referencia a la pareja de águilas aquel hombre conocía el lugar.
Buscó en el mapa aquellas coordenadas y efectivamente, gracias a las fotos del
satélite se veía una gran piedra en el centro de un claro en el bosque. ¿Pero
por qué moverla? Aquella piedra no molestaba a nadie, no estaba en un lugar
transitado del bosque y la única vereda que se acercaba a ella apenas era
visible si no sabías que estaba allí. No, tenía que haber algo más para que
aquel individuo, del que no reconocía sus datos se quisiese molestar en
desplazar aquella gran piedra un solo metro. Cogió las llaves del todoterreno,
su cámara de fotos, el GPS y salió hacia aquel lugar para intentar descubrir
algo.
La
forma de llegar era sencilla, por lo menos hasta el comienzo del sendero.
Atravesar el bosque le llevaría un poco más de cuidado. Cogió la carretera de
Ohanes y a la altura de la Finca de Santillana tomó el desvío por la pista
forestal que llevaba a las Rozas. Al pasar la fuente detuvo el coche, bajO el
nido de procesionaria que solía utilizar como control de la plaga. Encendió el
GPS y comenzó el descenso entre los pinos resineros. Sabía que tenía que llegar
al pequeño barranco, buscar la vieja acequia de los cortijos de Paredes y
seguirla. A medio camino, tras trescientos metros, debería aparecer un sendero
que lo hiciese subir un poco más y si no había cometido ningún error debería
encontrar el claro del bosque con la gran piedra en el centro.
No se equivocó. Allí estaba.
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